Cuando me pidieron escribir sobre recuperar el valor de los oficios, me pareció un tema fácil, entendiendo que se trata de una actividad tan noble como beneficiosa en muchos aspectos. Con toda confianza introduje en el buscador “la importancia de los oficios” y recién ahí me surgió una duda, pues en primer lugar, no me apareció ninguna página local, y además el tema central era la importancia de adquirir un oficio, como consuelo por no tener una carrera profesional o como alternativa para la educación técnica.
Pero sería superficial culpar de este abandono a la irrupción de la tecnología. Creo profundamente que ella es un vehículo que nos permite alcanzar más y mejores objetivos. Por la misma razón, es necesario recordar de vez en cuando que las plataformas digitales no tienen poder por sí mismas: se forman a través de nuestros pensamientos y comportamientos individuales.
Hay dos acepciones para esta palabra. Por un lado, se refiere a una “actividad que requiere habilidad manual o esfuerzo físico” Por otro lado, recibe este nombre “el dominio o conocimiento de la propia actividad laboral”. Esta última definición apunta a la vocación, al sentido y realización personal que volcamos cuando nos dedicamos a una tarea, cualquiera que sea. Y aunque mi búsqueda apuntaba a la primera parte, no deja de tener sentido: todos deberíamos hacer honor al “Oficio” en lo que hacemos. Ser excelentes en el lugar donde estemos, dominando y conociendo mejor que nadie nuestra propia actividad. Tal como lo hacían los viejos en sus oficios, esos de cuando no existía la tecnología.
LOS OFICIOS EN EL SIGLO XXI
Comunidad, relaciones y nexos. Lo mismo que aportaban antes, es lo que a través de los oficios encontramos hoy. La única diferencia es que junto con ellos, estas riquezas también fueron desplazadas. Y aunque Internet ha venido a sustituir en parte el sentido de pertenencia gracias a las redes sociales, aún no existen aplicaciones que impriman humanidad a un producto de fábrica. Solo los oficios nos devuelven la importancia del olor a cuero, a pan recién hecho, a madera cortada. Ellos nos transportan a un lugar seguro en nuestro recuerdo, a través de los sentidos o del golpeteo de las agujas de una máquina de coser. Son las historias que un día escuchamos atentamente, mientras nuestra mirada se centraba en las ágiles manos de un artesano. ¿Será reemplazable con la tecnología esa sensación de pertenecer, de sentirnos en casa o parte de una comunidad?
Me pregunto si las nuevas generaciones tendrán la oportunidad de aprender del maestro, escuchando sus consejos mientras cortan una pieza de madera o un trozo de tela. O si podrán un día disfrutar de una leche tibia tomada al pie de la vaca. ¿Quedará gente dispuesta a hacer este trabajo? ¿O los niños del futuro se perderán la oportunidad de que alguien confeccione su ropa, sujetando la tela con alfileressobre ellos mismos como modelos, mientras la maestra y sus cuidadores conversan animadamente? Quienes vivimos esos privilegios ¿seremos cómplices de que esas actividades pierdan su valor, porque ya nadie conoce la técnica?
En la era digital, hemos desestimado el valor del oficio en todos sus ámbitos: desde los beneficios para quien lo ejecuta, hasta el aporte cultural que guarda.